
Todavía resuena en nuestros oídos el sonido de las quenas, los sikus y los charangos de aquella última noche purmamarqueña. Don Heriberto es el bar de la música, uno entre varios, pero es allí donde esa noche Hermanito Wayra y cía animaron con su fusión de folclore andino y las cervezas corrieron entre los últimos turistas de enero y la gente del lugar.
Me gustaría decir más sobre Purmamarca. Sigue siendo un lugar elegido para mi, pero ha perdido el brillo que le encontré hace un año, cuando la conocí con los ojos del turista medio. Hoy llegué a ella con otra mirada, y me fue difícil verla. Porque comprendí que el turismo puede transformar lo bello en ordinario, no por maldad, sino por conveniencia. Y si todo un pueblo está dispuesto a ser en función del visitante, entonces Purmamarca no lo evita en absoluto.
Esto habilita, siendo justos, a que Hermanito Wayra nos deleite con sus acordes. Y permite que siga habiendo otros parajes quebradeños que el turista pasa de largo, para suerte del fotógrafo.
Maimará será nuestro lugar de residencia por unas semanas. Mientras tanto, una esquina de Purmamarca ilustra esta entrada.
Foto y texto de Mariano Iñiguez