La fiesta de todo un pueblo

Maimará, un día 2 de febrero.
Todo el pueblo se entera de que es la hora de empezar. Unas balas de salva anuncian el día de la Virgen de La Candelaria, la patrona del pueblo. De a poco, la gente comienza a bajar las calles que desembocan en la plaza principal, justo enfrente a la iglesia. Traen flores, banderas y gorros, porque el sol siempre es traicionero por acá, y las fiestas duran largo.

Lunes 1 de Febrero. La noche previa.
Serían las 10 de la noche. Gente, bastante, agrupada en torno a la plaza, frente a un precario escenario donde se disponen micrófonos y equipos. Una rara vibración, ese sonido estridente de instrumentos musicales de viento y de percusión (bandas de sikuris), que se entremezcla con el viento y baja por la calle principal, rumbo a la plaza. La música se enrieda en sí misma, podríamos decir que se endiabla, porque no busca la armonía. Saluda a la Virgen, con estridencia, y acompaña su paseo por las calles céntricas. Ya frente a la iglesia, donde La Candelaria pasará una noche de paz, hay fuegos artificiales y más bandas de sikuris. Y entonces sí, la atención regresa al escenario, donde una banda de folclore local homenajea a la Virgen con una serenata.

Temprano el día martes, los hombres sacan los bancos de la iglesia. Las mujeres ordenan el altar, decoran la plaza con flores y banderines de los colores papales. Todo impecable, ceremonioso y en completo silencio. En el patio de la iglesia, invitan con chocolate y pan dulce. Sin darnos cuenta, todo está dispuesto. La gente en los bancos, con banderas de papel. El cura en el altar, la imagen de la Virgen de la Candelaria en su lugar de preeminencia y todo un pueblo listo para homenajearla, para celebrar su fiesta patronal.

Durante todo el día martes habrá procesiones, bandas de sikuris disputándose el sonido más estridente para la Virgen, exhibición de caballos de la policía, una doma y más folclore. La fiesta termina hacia la medianoche. La Virgen de la Candelaria puede estar tranquila: sus fieles maimareños festejaron en su nombre.



Fotos y texto: Mariano Iñiguez y Coqui Mackey